Primer segmento: crónica de un recital
Sin embargo, cuando nuestros especialistas oyeron hablar en francés se sintieron de alguna manera reconfortados. Estaban presentes todos los peces gordos de las facultades de música y filosofía de la universidad, rodeados por sus jóvenes seguidores, en total unas seis personas; es decir que la cosa pintaba tan mal que además de dejarnos pasar sonriente, la señorita que nos atendió nos dio las gracias por ser tan finos y haber venido, no sin antes señalar que al final del concierto habría dos rondas de trago gratis. La pianista en ningún momento dejó de recordarnos al personaje de Berthe Trépat ideado por Cortázar. Cuando apareció, rodeada de un selecto grupo de lesbianas francófonas, y se dio de cara con el triste espectáculo del estrechísimo círculo de esnobs para el que tocaría esa noche, expresó un sonoro: “¡pero si aquí no hay nadie!” en la diáfana lengua de Molière. Tras unas breves palabras de aliento balbuceadas esta vez en un dialecto ininteligible por el pez gordo número uno, y lo que debe haber sido un florido despliegue de explicaciones nada convincentes por parte de los peces gordos dos y tres, la intérprete subió a escena y dio inicio al recital, tocando Une Barque sur l’Océan de Maurice Ravel, aquella pequeña joya del repertorio pianístico impresionista francés. La escucha de la pieza fue desgraciadamente saboteada por el descuido de algún genio que dejó el switch del micrófono de la sala prendido, lo que resultó en un ruidillo de fondo meticulosamente insoportable. El problema persistió prácticamente hasta el final de la primera pieza, y se pudo apreciar claramente entre los rostros de la asistencia toda la gama de expresiones que van desde el exasperación leve hasta aquél sentimiento tan típico entre los latinoamericanos de que no se nos escapa una cuando se trata de hacer el papelón.
Y aunque así iban las cosas, es decir de mal en peor, y que cuando desconectaron el micro y uno se pudo concentrar finalmente en la música, la audiencia no tardó en descubrir, ya moralmente ultrajada, que nadie se había dado la pena de afinar el piano antes del concierto, como quien dice la cereza sobre el pastel, nada de esto importó demasiado cuando la señorita Chauveau propinó sobre el dudoso teclado de origen chino los primeros acordes de “La mirada del padre”, la bellísima pieza introductoria de las Veinte Miradas sobre el niño Jesús de Messiaen.
Yvonne Loriod, Piano
2 comentarios:
El Tiíto, a.k.a. el Chango, a.k.a mi pata de Comunica, a.k.a. el snob, a.k.a ese que siempre viene a Audiovisuales a joder
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